domingo, 20 de noviembre de 2011

Siempre se puede volver a empezar.



He caminado por este bosque tantas veces,
no hay sendero que no conozca.
Cada rama caída me ha saludado
cuando  aún vivía.
Las hojas que hoy son manto,
otrora fueron cúpula.
Lo que hoy es páramo
mañana será vergel.
Los troncos seguirán en su lugar,
las raíces serán  más profundas
pero nuevas ramas crecerán
y otras hojas  lo poblarán.
 Los mismos caminos
 se verán distintos.
Así podré empezar de nuevo
con la misma esencia.
Pero diferente.

                                Graciela

 

domingo, 13 de noviembre de 2011

Amores y Frutas



El suave aroma  a duraznos que flota en el aire me toma de la mano, me lleva hasta la esquina donde una explosión de perfumes me indica que está llegando el verano.
 Azucena, dueña de la verdulería del barrio, acomoda de modo vistoso  la mercadería, a la derecha las verduras y a la izquierda las fruta, también por colores, rojo en la primer fila y descendiendo  le sigue el morado, naranja y verde, de ésta manera quedan los tomates arriba junto con los ajíes, le siguen los repollos y berenjenas, zanahorias y zapallos y por último acelgas, espinacas y lechugas. Las frutillas en la parte superior, seguidas de manzanas, uvas, limones, bananas  y pomelos, duraznos, naranjas y mandarinas;  frente a la balanza para que no se mezcle colocan bolsas de papas y cebollas, y sobre el mostrador un  gran ramo de albahaca fresca.
Con las puertas abiertas de par en par ella observa el movimiento de las personas  que transitan por  la cuadra y en los momentos de descanso, sentada tras el mostrador tiene una visión privilegiada del edificio donde vivían Ana y Raúl.
Es una construcción clásica de los años ’30 de grandes placas de mármol negro tanto en la fachada como en pisos, paredes y escaleras  de la entrada que contrastan con el  revoque pintado de blanco de los pisos superiores, de tres plantas sus líneas son simples y geométricas. La puerta de entrada, si bien no es la original, guarda el estilo de la época, es de  roble con paños de vidrios a franjas transparentes y esmerilados, con herrajes de bronce que Ramón, el encargado, lustra todas las mañanas.
Un día nublado y frío de abril hace dos años, Azucena vio que un camión de mudanzas se estacionaba al frente del edificio, recuerda que pensó “nuevos vecinos, nuevos clientes “, entre varios hombres bajaron muebles, canastos, valijas, cuadros, heladera, televisores y cajas. A la tarde cruzó la calle Ramón y le contó que una pareja había alquilado el 2º B, el departamento que estaba vacío desde la muerte de su dueña, la señora Amelia, y que los hijos no se decidían a vender y para no tenerlo cerrado se lo ofrecieron a Ana y Raúl Solís (así se llamaban) que eran amigos del mayor, el que estudia abogacía, que hace un mes que se casaron y que llegaron de su viaje de bodas  la semana pasada.
El barrio es tranquilo, con pocos comercios y habitantes antiguos, a tres cuadras está la escuela de las monjas y un poco más allá la pública.
Todos los días a las 8 de  la mañana Ana entraba al local, saludaba cortésmente , compraba una manzana que guardaba en su mochila y se iba a la parada de colectivos a esperar el que la llevaba a la facultad, Azucena nunca la veía regresar, pero sabía por Ramón que estudiaba medicina ,que tenía clases hasta el mediodía y que después trabajaba en el estudio de un abogado que era profesor de Raúl en la facultad de abogacía donde él iba a cursar  por la tarde ya que trabajaba por las mañanas en una compañía de seguros por lo que no estaban en todo el día en el departamento, y que esto fue lo que tranquilizó al resto de los propietarios del edificio pues cuando se enteraron de que serían jóvenes los que venían a vivir se imaginaban fiestas y ruido a toda hora y que en los tres meses que llevaban viviendo aquí eso no había sucedido.
Los sábados a la mañana cruzaban los dos a hacer la compra para la semana, llevaban tomates, lechuga, espinacas, papas, zanahorias y naranjas pero nunca manzanas. Por la tarde salían  juntos hasta la avenida a recorrer las librerías y pasar horas eligiendo libros, si no era tarde se sentaban en el banco de la plaza a comentar los que habían comprado y con los últimos rayos del sol emprendían la vuelta previo paso por alguna pizzería donde compraban la cena .Los domingos no se los veía, eran días dedicados al estudio.
Fue cuando la primavera se instalaba en los balcones de los edificios y los tilos que plantaron los vecinos de la cuadra de enfrente empezaban a mostrar nuevos brotes que Azucena se animó,  aunque con cierto temor de que se ofendiera, a preguntarle a Ana por qué no compraba las manzanas todas juntas los sábados  pero sonriendo le respondió que no le gustaban las manzanas pero sí el perfume que dejaban en sus libros .La dueña del local quedó muda ante esa respuesta y como la clienta ya se iba no pudo preguntarle nada más, pero lo haría en otra ocasión.
El parque mostraba su mejor imagen, los árboles colapsando de retoños, los capullos explotaban en mil colores, el aire estaba saturado del perfume de las flores. Las nuevas parejitas caminaban  de la mano por el revitalizado césped y las palomas acompañaban a los mayores en las mesas de ajedrez.
Pasaron los días y Ramón cruzó con cara de preocupado a la verdulería, esperó que se fuera la última clienta y le dijo a Azucena que estaba pasando algo raro con la “parejita”, es cierto ésta semana no vino Ana a comprar sus manzanas, reflexionó la verdulera, la conversación debió terminar bruscamente ya que entraba gente al local. Si me enteró de algo cruzo, apenas alcanzó a decir el encargado antes de retirarse.
Un jueves por la tarde, recuerda bien porque es el día que le traen la mercadería fresca para todo el fin de semana, apareció Ana en el local, parecía que algo la perturbaba, miró los cajones rebosantes de frutas y verduras recién recibidas, buscaba algo, tengo las más perfumadas manzanas, atinó a decir Azucena a lo que Ana respondió con un brote de  llanto desconsolado, lleno de angustia y se marchó corriendo hacia el edificio.
Nunca en su vida le había pasado algo así, no sabía qué hacer y tampoco sabía si debía hacer algo .Había quedado paralizada en el medio del local rodeada por todos los colores del universo pero se sentía en el centro de un cuarto totalmente oscuro.
Azucena era una mujer de cuarenta años, robusta , de cabellera negra , piel muy blanca y ojos verdes, con tonada al hablar ,había nacido en Corrientes y se mudó a la ciudad cuando era adolescente junto a su madre que murió, hace cuatro años ya, y una hermana mayor que tiene marido y tres hijos. No está casada ni quiere estarlo según sus palabras, el matrimonio trae muchos problemas y ya tiene bastantes con la verdulería, tuvo un novio con el que iba a casarse pero nunca habla de eso .Desde que María, su hermana se casó, vive sola, primero tenía una cama en la parte de atrás de la verdulería y cuando pudo ahorrar alquiló un departamento de dos ambientes muy cerca de allí.
Siempre supo manejar todas las situaciones que le planteó  la vida pero la reacción de Ana la inquietó.
Después de esa tarde el que se llegaba a la verdulería a comprar las manzanas todos los días era Raúl, venía temprano tomaba una la pagaba y volvía al departamento, a los pocos minutos salía rumbo a su trabajo para no regresar hasta la noche cuando salía de la facultad.
Sabía por Ramón que Ana permanecía  en el departamento todo el día, que era Raúl el que se encargaba de traer la comida de la rotisería todas las noches, lo que quería decir que nadie cocinaba en esa casa ,que una noche sacó varias cajas llenas de carpetas con hojas escritas y dibujos de partes del cuerpo , lo que le hacía pensar que Ana no estudiaba más, lo que la llevó a preguntarse por qué haría eso si sabía que le gustaba mucho y le estaba yendo muy bien en los exámenes .
Ya hace un año que están viviendo en el edificio, pero desde comienzos del verano no se la ha vuelto a ver. Él está delgado y tiene los ojos tristes.
Qué habrá pasado?
Isabel, la señora que quedó viuda muy joven y jamás volvió a casarse ni se le conoció ningún hombre con alguna intención, que crió solita a sus dos hijos que ahora son profesionales, están bien casados y le han dado unos hermosos nietos; vive en el 2º A y si bien el edificio es antiguo y tiene paredes gruesas  a veces se puede escuchar los movimientos de los vecinos, le ha contado a Ramón y éste a Azucena que jamás se escucharon conversaciones subidas de tono, discusiones ,llantos ni ruidos de cosas rotas y que una vez cuando ella salía de su departamento también salía Raúl y vio que el departamento de él estaba totalmente oscuro y que pudo oír una vocecita débil que decía “adiós” .
Ese otoño es recordado por todos en el barrio, las veredas estaban cubiertas por las hojas de los tilos, que dan sombra y perfuman en el verano pero molestan cuando empiezan a caer y pareciera que no terminan nunca, los chicos ya iban a la escuela por lo que en el silencio de la tarde cualquier sonido servía para girar la cabeza y ver de dónde provenía; pero no sería otro otoño más. Un día, Azucena abrió su verdulería con un delantal diferente, no solamente por el color ya que el que traía ese día era rosa y el de siempre era rojo, sino que además el anterior lo llevaba atado con dos vueltas a su cintura y tenía un gran bolsillo, como los que tienen los canguros sólo que el de ella terminaba en un voladito blanco. Además era como los que usan las maestras, con botones de un lado y ojales del otro, mientras que ellas lo usan todo abrochado y Azucena  tenía prendido los dos botones de arriba nada más pues su barriga había aumentado de tamaño y como un volcán  a punto de hacer erupción se asomaba de entre los dos paños del guardapolvo.
Orgullosa, con la mirada brillante contestaba todas las preguntas que le hacían y las que no le hacían también, decía que sí estaba embarazada, que nacería para los primeros días de diciembre, que ella había decidido tener un hijo, que obviamente sabía quién era el padre, que el padre sabía que sería padre, pero que no tenía intención de compartir tremenda felicidad con nadie, que sí le diría a su hijo quién era su padre y que si ellos querían tener relación padre-hijo lo permitiría pero no estaba en sus planes casarse ni nada por el estilo.
Pero esto no fue lo único que haría pasar ese otoño a la historial barrial .Días después de la noticia del embarazo de la dueña de la verdulería, que al principio trajo muchos comentarios, fue doña Isabel, la del 2º A, la que le pidió permiso a la futura mamá para tejerle el ajuar a su futuro hijo ya que ella tejía muy bien y quería regalárselo, y al enterarse Carmen ,una abuelita muy simpática que vivía en el mismo edificio pero en Planta Baja A, por suerte pues no andaba muy bien de la cadera lo que le impedía andar subiendo y bajando, bastante  ya le costaba subir los escalones del banco cuando iba a cobrar su jubilación de directora de escuela, ella también se ofreció a regalarle el ajuar , y Azucena para que no se ofendiera ninguna les dijo que sí a las dos pero una tenía que tejerlo en blanco y la otra en amarillo clarito , pues no sabía si era niño o niña y no quería saberlo hasta el momento del nacimiento.
Más tampoco ésta disputa entre vecinas, que fue sosegada casi inmediatamente, fue lo único.
El martes 27 de junio a las 9y30 hs un auto gris frenó estruendosamente frente del edificio en su interior venían dos hombres de traje, uno era mayor que el otro, el joven era Raúl. Mientras entraban, el mayor hablaba por teléfono, gritaba “es urgente, es urgente” .Cinco minutos después llegó una ambulancia, no pasarían más de cinco minutos cuando llegó un patrullero con la sirena y las luces prendidas. Una ambulancia negra se llevaría el cuerpo de Ana después de descolgarlo del tanque de agua, lugar que había elegido para quitarse la vida, previa llamada a Raúl para decirle que lo amaba pero no quería seguir viviendo.
A la semana siguiente fue Ramón el que debió llamar a la policía nuevamente pues sentía olor feo en la puerta del 2º B donde sólo vivía Raúl. La misma ambulancia negra se llevó al desangrado viudo que no aguantó más tanta tristeza y cortó sus venas dentro de la bañera .Había dejado una carta para sus padres pidiéndoles perdón pero sin Ana ya nada tenía sentido.
Como dije al principio, ya es verano, las flores y las frutas perfuman todo el barrio, en la verdulería está Azucena carga en sus brazos un niño, al que le da de mamar, llamado Juan, todos ignoran quién es el padre, todos recuerdan aún a la pareja del 2ºB.



                                                   Graciela

domingo, 6 de noviembre de 2011

Vuelo libre

Una hoja en blanco. Toda una aventura por descubrir, transitar los pasadizos de la mente cambiando sentimientos por palabras.
Un desierto por recorrer, juntar uno a uno los granos de arena y al final del camino encontrar las alforjas rebosantes.
Un dibujo por empezar, apenas un boceto, una idea. Quizás un color.
Música sin pentagrama, ni siquiera melodía. Notas tocadas al azar.
Una hoja en blanco, así fue nuestra relación .Siempre por empezar. Nada definido.
Sin preguntas ni explicaciones. Brindando por un amor sin ataduras, sin fidelidades extremas, sin condiciones ni reproches.
Tan libre que un día te fuiste a buscar nuevos retos, explorar nuevos horizontes.
Tú volaste y yo quedé atada a un recuerdo.
Ha pasado el tiempo.
Dices que vuelves.
 Que la libertad no es lo mismo si no estoy a tu lado.
Que descubriste que  sólo en mis brazos encontrabas calor.
Quieres que volvamos a empezar.
No digas más.
Déjame explicarte que no volveré el tiempo atrás. Que cancelé mi viaje al pasado.
Déjame contarte que a esa hoja manchada  con el rímel que arrastraban mis lágrimas, la apreté fuerte entre mis manos, para que sienta lo mismo que mi corazón.
Déjame decirte que hoy no tengo ataduras.
 Que vuelo libremente .Que soy feliz.


                                                                       Graciela