Los domingos por la mañana ir a misa, a la tarde pasear por el centro, cumplir con las visitas prometidas en la semana .Son cosas que con el paso del tiempo no he cambiado.
Cambió el paisaje, pero los niños siguen jugando en la plaza, los hombres se reúnen a la mesa del bar, y las mujeres caminan mirando las vidrieras. Parece como si todo fuese igual. Pero no.
Los años pasaron, los amigos se fueron, de diferentes formas, por diferentes motivos. Algunos a grandes ciudades, por trabajo, por salud, por seguir a sus hijos. Otros al cementerio.
El agua clara del río, aquel al que íbamos de jóvenes a nadar y a pescar peces, o novios, se ha enturbiado un poco, quizás por los motores que ahora tienen los botes .O quizás sean mis ojos.
Sólo la calle principal estaba asfaltada y eran muy pocos los vehículos .Hoy los autos son muchos y más veloces. Tanto que se salen del pueblo.
Las tardes ya no huelen a bizcochos en el horno pero las noches siguen perfumadas con jazmines .Las plantas se resisten a los cambios.
El niño que se sentaba detrás de mí en la escuela y los domingos era monaguillo, hoy es el cura. Antes tiraba de mis trenzas, ahora no deja en paz esas campanas.
El salón del club sigue albergando al grupo de teatro, jóvenes disfrazados de viejos y viejos riéndonos como niños. Un aire fresco se respira en la función de los sábados.
Suena otra música en las radios de las casas, el volumen es más alto. La alegría es la misma.
Recuerdo la cinta con la que me ataba mi madre el cabello, largo y del color de las almendras .Cierro los ojos y puedo verme corriendo con otras niñas por la calle.
Mi cabello está blanco y el caminar pausado. Es domingo por la mañana, voy a la iglesia, repican las campanas, viejos y nuevos amigos encontraré en el camino.
Muchas cosas fueron cambiando en mi pueblo .Y yo con él.
Graciela