lunes, 22 de agosto de 2011

Crepúsculo



 No va solo el caminante. Los árboles vestidos de silencio lo acompañan en el paseo diario.
 Es su momento preferido del día, las luces de la tarde se mezclan con los primeros trazos de la noche creando tonalidades mágicas.
 Los pájaros, cual espectador maravillado al final de un exquisito concierto, con su aleteo, aplauden  la jornada  que termina.
Una suave brisa envuelve su cuerpo como un manto de seda fresco.
 El rocío humecta la piel de su cara y en  cada gota se impregna del  aroma de las  flores y  la  tierra húmeda.
El boulevard se  va angostando, indicando así  un único destino posible. El muelle.
Dolientes, crujen los viejos maderos, resecos por los años.
El lago está allí,  con sus aguas quietas, espejo antojadizo  del cielo.
Observa el horizonte, queriendo llevarse en sus ojos los últimos rayos de sol.
Inspira profundamente, renovando el aire de sus pulmones. Exhala despacio…  muy despacio.
Mira tranquilamente el paisaje. Los diamantes estelares se muestran más brillantes en el negro terciopelo, y entre ellos una perla luminosa. La noche ya invadió la escena.
La Luna se esfuerza en iluminar el sendero filtrándose en las ramas de los árboles, como agua entre los dedos.
Regresa, en todo el trayecto no hizo planes, no proyectó el mañana, no evaluó el hoy.
Desanda el sendero, como enamorado  camina ilusionado.  
Mañana, en el muelle, el sol, la luna y él tienen  una  nueva cita.
El amante infiel despedirá a uno para marcharse con otra.


                                     Graciela



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